lunes, 3 de noviembre de 2014

SONETO A HELENA PIERRE DE RONSARD

En la gran poesía del Renacimiento vienen a confluir, como arroyos a un vasto río, tópicos que se retoman de la antigüedad clásica. Los temas, pues, son viejos; la belleza no necesita de la originalidad. Pero lo hacen en lenguas que, salidas de su embrionario estadio en la Edad Media, presentan resplandores de apogeo. En este celebérrimo soneto de Ronsard (1524-1585) se dan ambas condiciones. El francés de Ronsard está muy lejos de la Chanson de Roland. Del pasado latino son los temas del fugit tempus, delcarpe diem horaciano, la imitación del collige, uirgo, rosas de Ausonio. La fugacidad de la vida, del tiempo que corre y la necesidad de apresarlo antes de que sea demasiado tarde, dan cuenta de una vida de aquí y ahora, en contraposición con el mañana de recompensas de ultratumba de los siglos medievales; un dejo de epicureismo más o menos acusado reemplaza a las certidumbres cristianas. La rosa, como en Ausonio, es símbolo privilegiado de esa brevedad; en España, por ejemplo, Garcilaso deja el magnífico endecasílabo:“marchitará la rosa el viento helado”. La mujer (o el efebo) son apremiados a no postergar su amor inútilmente: recuérdense los sonetos de Shakespeare, o el A su esquiva dama de Andrew Marvell.
Muchos amores inspiraron la pluma de Ronsard; la musa de este soneto fue  Hélène de Surgère; como el mismo poema lo sugiere, son estos versos su garantía de inmortalidad. Está escrito en alejandrinos, métrica que Francia privilegiará muy por encima del endecasílabo petrarquista o hispánico. La traducción, sin rima, trata de conservar el metro y, con acierto o no, se toma ciertas libertades; lo mejor, por supuesto: pispiar directamente de la fuente.



BIOGRAFÍA :


    
(Castillo de Possonière, Loir-et-Cher, 1524 - Saint-Cosme-en-l'Isle, 1585) Poeta francés. Tras pasar su niñez en su tierra natal, se incorporó a la corte en calidad de paje (1536). A raíz de un viaje a Alsacia, contrajo una enfermedad que le dejó casi completamente sordo y que le obligó a renunciar a la carrera de las armas (1542). A partir de entonces se dedicó a las letras. En Le Mans conoció a Jacques Peletier (1543), quien alentó su vocación, y en 1544 se instaló en París como secretario y protegido de Lazare de Baïf. Con Antoine de Baïf y Joachim du Bellay fundó el grupo poético La brigade.
Inspiró a Du Bellay el manifiesto Defensa e ilustración de la lengua francesa (1549), escrito contra la escuela de Marat, donde la nueva escuela propugnaba la imitación de los clásicos grecolatinos. Los cuatro libros de las Odas(1550-1552), con imitaciones de Píndaro y de Horacio, son su primera obra poética. Los amores (1552), de inspiración petrarquista, y la Continuación de los amores(1555-1556), en la que canta su amor por la pastora angevina Marie con un tono más personal, son importantes obras de transición, anteriores a sus dos libros de Himnos (1555, 1556), en los que aborda temas políticos, filosóficos y religiosos.
En 1556 se empezó a utilizar el nombre de Pléyade para designar al grupo poético que formaban él y sus seis compañeros. Nombrado capellán del rey Carlos IX, se identificó con la causa de la monarquía católica en lucha con los hugonotes, y desplegó sus dotes de polemista en una serie de Discursos (1562-1563).
                                                          
El rey le propuso escribir un poema épico de tema nacional, pero el absoluto fracaso de los cuatro primeros cantos de La Franciada (1572) sólo contribuyó a su desprestigio, que aumentó con el advenimiento de Enrique III (1574), al ser sustituido por Philippe Desportes. Su último gran libro fue Los amores de Helena (1578), inspirado por Hélène de Surgères, dama de honor de Catalina de Médicis. Murió casi completamente olvidado.

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